El espectro ultravioleta de la luz penetra unas micras en el interior de la madera, lo que ocasiona la descomposición de la lignina y por tanto afecta en gran medida a las características de la pared primaria y a parte del primer nivel de la pared secundaria de las células de la madera. Esta descomposición supone el desligamiento de las células de la madera y con ello su disgregación.
La degradación por acción de la luz es lenta desde un primer momento, pero más a medida que aumenta la degradación, dado que la propia madera degradada sirve de protección al resto. Así, los primeros efectos de la luz se hacen patentes entre el primer y el séptimo año, según el grado de exposición en que se encuentre la madera, provocando un cambio de color, de forma que las maderas claras se oscurecen y se aclaran las oscuras. A cabo de 100 años de exposición, la degradación sólo afecta a los primeros milímetros de la madera, degradando más las zonas de primavera que las de otoño, y más la albura que el duramen.
El espectro infrarrojo penetra en la madera hasta 1 ó 2 mm de profundidad, afectando en la medida de que provoca su calentamiento, más, cuanto mayor sea su exposición al sol y más oscura sea la madera. Este calor puede producir secado y con ello merma de la madera y por tanto fendas.